Saturday, June 30, 2012

A TRANSLATION OF  LA CRESTA DE ILIÓN




Now, time has passed by, I ask in the same incredulous manner. How is it possible for someone like me to allow a stranger to enter my house during a stormy night?
I doubted to open up. For a while I debated between closing the book I was reading or continuing to sit on my couch, in front of the lit up chimney, with an attitude as if nothing had happened. Finally, her insistence beat me. I opened the door. I observed her. And I allowed her to enter.
The weather, certainly, had worsened at a fast pace during those days. Suddenly, without warnings, Fall moved through the coast as if it was at home. There were long nights and meager mornings, mild winds, skies cloaked in the evening. And later came Winter. And the rain of Winter. One gets used to everything, it’s true, but the rain of winter —grey, endless, bland— is difficult to digest. These are the types of things that inescapably take one to nestle at home, in front of the chimney, full of boredom. Perhaps that is why I opened the door of my house: tedium.
I would deceive myself, and I would deceive all of you, without a doubt, if I only mention the weary and lengthy storm that accompanied her apparition. I remember, above all, her eyes. Suspended stars inside the devastating face of a cat. The eyes were enormous, so vast, as if they were mirrors, achieving the effect of expansion all around. Very quickly I had the opportunity to confirm this first intuition: the rooms grew under her gaze; the halls stretched out; the closets became infinite horizons; the narrow entrance, paradoxically reluctant to her welcome, completely opened up. And that was, I want to believe, the second reason I allowed her to enter my house: the expansive power of her gaze.
See the translation by Julio Enríquez in Alchemy, Spring 2012
--crg.

Thursday, June 28, 2012

DESDE EL MAL DE LA TAIGA



Termino la última novela de Cristina Rivera Garza, El mal del la taiga, y vuelvo a quedar anonadada. No sólo he admirado la literatura de la autora desde hace unos años, sino que nunca deja de sorprenderme: las variaciones, la temática, la ardua investigación alrededor de ciertos temas que va matizando a lo largo de las páginas. Sólo hay una constante en Cristina Rivera Garza y es que ella es una esteta del lenguaje, en la construcción de sus frases genera gran parte de la complejidad del trabajo narrativo, la elección siempre minuciosa de sus palabras y el impacto de éstas en el autor genera un estremecimiento: su efecto golpea. La comprensión del lector sucede en la intimidad, en una sección del cuerpo donde retumban las palabras.

El libro más reciente de la autora regresa a la brevedad, muy cercana, tal vez, a Lo anterior: “El amor siempre ocurre después, en retrospectiva. El amor es siempre una reflexión”, escribió Rivera Garza en aquella novela. En El mal de la taiga,  habla del desamor (tal vez una retrospectiva) y de ser detective, habla de Hansel y Gretel, de un lobo, de sus fauces y sobre todo, de cómo la gente puede perder la cordura en las condiciones inhóspitas de la taiga. La autora lo plasma invitando al lector a experimentarlo.
La reseña completa en Letroactivos

--crg

Wednesday, June 27, 2012

EL MAL DE LA TAIGA EN PUEBLA





HOY
Miércoles 27 de junio, 2012
6:00 pm

Eduardo Sabugal y Princesa Hernández
comentan El mal de la taiga en

El Colegio de Puebla, A.C.
4 Poniente 719
Centro Histórico, Puebla

¡Nos vemos por ahí!

--crg
YAXCHIN NO ESTÁ, SE FUE A LA TAIGA

[el poeta Yaxchin Melchy escribió este texto para la presentación de El mal de la taiga el jueves pasado, en el Marrakech]


Por si algo había que contar hay nada, y con esta aseveración nos damos cuenta que estamos frente a una fata Morgana, en los confines del mundo se vive un juego de ilusión y desilusión, porque no hay nada más para quien se va, y para quien le sigue obsesivamente por un canal de mensajes, por un misterio, por los espejismos superiores: la taiga, el pre-texto, más bien pre-sentimiento del texto-bosque. Escribir que siempre es pre de algo. La novela que leemos entonces se salpica con las marcas de un poema, o quizá nos propusimos buscar el  poema como marcador de lectura.

De qué somos pre-texto aquí, o en la taiga o en la novela de Cristina: del fin del mundo.  

Es en este fin, confinado, del mundo, que se nos viene a la mente la película “La Zona: Stalker”, y sus zonas de alienación: es difícil imaginar lo que no se puede describir. Estamos ya frente a una extrañeza, o dos extrañezas, y quizás múltiples signos que tornan a todos los sujetos en sujetos de intriga; y me intrigan los papelitos, las migas que van quedando y que hilan la trama, entonces
a tramos sospecho que intriga tiene que ver con taiga, más allá de las letras entretejidas hay un más acá en el cual lo que habría o había, son como surcos que se repiten en el espacio, las estrías del texto en el blanco del papel, más bien ceniciento porque hay más de cenizas radioactivas que de cuento de hadas. Y sin embargo eso, está ahí. El acontecimiento desnudo, lo singular de la intriga que tiene que ver con taiga. ¿Se describe cuando no se puede saber?  incógnitas… saber, pero saber qué.
Una palabra sobre otra
sobre otra
se queman hasta volarse
ya no hay fin de un libro
sino una extraña reunión
dentro de éste
la del mal celebrándose
en un tiempo: el post-apocalipsis
y un lugar: la taiga. La desolación del páramo, pero más bien entre las nieves atómicas. La desolación blanca y cenicienta. Los cuentos infantiles de Pedro y el Lobo. Caperucita y el Lobo: después de Chernobil, de Fukushima…


--crg

Tuesday, June 26, 2012


UN INVENCIBLE VERANO
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Llovía. Era una de esos chaparrones de verano que, sin embargo, están hechos de delgados hilos de agua. La contradicción vuelta sensación histórica: la mucha agua transformada, paradójicamente, en agua mansa. Tan suave como para confundirla con una mano que, delicada, aparta, acaso sin querer, una cortina. El pasado. El futuro. Suelo relacionar esa forma de llover con la Ciudad de México. Para ser más precisos: en mi diccionario personal, esa lluvia es (nótese las itálicas) el verano de la Ciudad de México. Imposible pronunciar la palabra verano sin recordar a Camus: “En lo más profundo del invierno, finalmente aprendí que dentro de mí se encuentra un invencible verano”.


Eran otros años, en efecto. Salíamos entonces, furibundos y tiernísimos, a conquistar las calles. Había pancartas y manifiestos de muchos puntos y las manos que, puestas en lo alto, parecían sostener de alguna manera voraz el cielo. Peleábamos contra lo que había: un país hecho pedazos. Éramos los hijos de los hijos de un príismo cínico, vergonzante, paralizado por su propia corrupción. Mientras los políticos se tragaban el país, dispendiando entre ellos la riqueza originada por el hallazgo de petróleo, nuestros padres veían disminuir en dos su poder adquisitivo, el magro monto de sus ahorros, sus libertades cívicas. En el país en que yo viví mi adolescencia, no preguntábamos cuándo iba a morir Fidel Velázquez, el anciano líder de un sindicato de trabajadores vendido desde siempre al gobierno, sino si algún día iba a morir. Así de aplastante se presentaba a sí misma la verticalidad del régimen. Los que lográbamos graduarnos de la universidad —haciendo copias porque no nos alcanzaba para comprar libros, bebiendo licor barato, comiendo lo que encontrábamos a nuestro paso— caminábamos cabizbajos, con las manos en los bolsillos, sabiendo que nos esperaba lo peor: años y más años en el desempleo o, incluso peor, años y más años, tal vez toda una vida entera, en el subempleo de la burocracia o el comercio. Eran años aciagos. Lo que aprendimos en marzo de 1994, cuando como lo retrata de manera magistral la película Colosio, el candidato presidencial fue asesinado en Tijuana, no fue otra cosa sino el tamaño de nuestra ingenuidad: poco sabíamos de lo que eran capaces. Nos vimos a los ojos, eso lo recuerdo bien. Despidiéndonos. El futuro, que cerraba sus fauces alrededor de nuestros cuerpos, apretaba un poco más. A los que creíamos que habíamos tocado fondo con el dispendio y el saqueo de la nación comandado por López Portillo, todavía nos faltaba el salinismo y, luego, su forma de existencia más extrema y violenta: el calderonismo.
Salí del país, como tantos otros, empujada por las crisis económicas que organizó desde el poder el PRI. A ese partido, a sus sucesivos gobiernos que vivieron de una riqueza que nos arrebataron a todos los demás, le debo mis muchos años de vivir en las afueras. Crecí, en efecto. Me hice, de manera siempre precaria y tentativa, de una cierta estrategia de estar en tránsito entre mis dos casas. Y aunque existan razones de más peso político y estructural para no votar por el PRI la semana que viene, mi razón personal es y será siempre ésa: nunca votaría por la camarilla en el poder que me arrebató mi casa.
De la misma manera, también por razones que siendo como son profundamente personales no dejan de ser del todo sociales, no podría votar con la conciencia tranquila por el partido que, suplantando la lógica del cuidado por la lógica de la ganancia, ha propiciado la muerte de 60 mil, y acaso muchos más, de mis compatriotas. Los candidatos del PAN pueden intentar tapar el sol con un dedo, evitando mencionar el tema del que más discutimos los que participamos de la vida cotidiana de un país vuelto pura sangre y saña, pero más de uno de ellos, más de uno de esos 60 mil o más muertos, ha sido o fue el primo de alguien, el tío del cuñado de mi amigo, el hijo de la vecina que he visto caminar cabizbaja y sola, triste como una planta. Yo no los olvido. Yo no podría dormir tranquila sabiendo que mi voto puede avalar el régimen que ha puesto de luto mi calle, mi colonia, mi ciudad. Yo no podría darle mi voto a quien me ha roto, una y otra vez, 60 mil veces y más, el corazón.
El verano, lo decía al inicio, para mí siempre ha sido y será el verano de la Ciudad de México. La lluvia. Los paraguas. Los abrigos. A ese verano regreso siempre, durante los meses de verano, cuando digo que regreso a mi país. Acaso fue por eso que fue aquí, por azar o por destino, a saber, que los volví a ver. Eran los furibundos que tomaban las pantallas y las calles. Sus cuerpos, envueltos por un futuro sin mordaza, alzaban las manos de una manera que reconocí. Eran los #Yosoy132, pero eran también otros y más. Su confianza en un futuro donde cabemos todos me resultó contagiosa. No había sentido nada parecido a la esperanza desde que la guerra calderonista me arrebató la paz. Mi voto, que será por el PRD, será en realidad por ese futuro y por ese verano que, con todo y todo y a pesar de todo, sigue entero e invencible. Sigue aquí.

--crg

Monday, June 25, 2012

DESDE EL DISCO DE NEWTON

[reseña de Eva Castañeda Barrera, El disco de Newton. Diez ensayos sobre el color, El Periódico de Poesía, No. 50, Junio-Julio, 2012]

Cristina Rivera Garza se ha caracterizado por apostar a un discurso interdisciplinario, esto implica la no aceptación de conceptos o definiciones que de ordinario hemos dado por hecho. Frente a tal ejercicio, lo primero que se pone en duda es la noción de género literario; entendido éste como una parcela cerrada que mediante la definición de una serie de características determina la naturaleza de una obra literaria. No obstante, en la actualidad, este criterio se ha ido modificando a grado tal, que hoy los géneros literarios son un campo de confluencias, hacen las veces de un espacio que se antoja generoso por las posibilidades que ofrecen. Atrás quedó aquella noción que define de manera rígida la naturaleza de las obras.

El disco de Newton. Diez ensayos sobre el color, bien puede dar cuenta de lo arriba señalado, pues de inicio, el título es ya una provocación, dado que el lector no podrá dejar de preguntarse si aquello que lee es un ensayo en sentido lato. Formalmente el libro desafía la estructura de este género, ya que no cabe hablar de párrafos, pero sí de versículos o líneas breves; priman las imágenes aparentemente inconexas alrededor del tópico principal que es el color. El libro está organizado en diez secciones cuyos títulos son verbos en infinitivo: DespejarConjurar, Mercuriar,AdorarAvizorarVapulearDesparpajarFosforecerReencarnarUnir. En torno a ellos desfila una serie de reflexiones que son al mismo tiempo imágenes poéticas y una narración. Todo se mueve en distintas direcciones, todo favorece para que el libro apueste por la libertad de la escritura; entendida ésta como la posibilidad de arribar a una literatura híbrida.

Pero, ¿cuáles son las reglas del juego? Un libro así pedirá necesariamente una lectura diferente. Es decir, si nos acercamos al Disco de Newton… con la concepción tradicional de poesía o ensayo, seguramente saldremos defraudados, pues no encontraremos ninguno de los dos en sentido pleno. El texto inaugural versa sobre el blanco: “No es extraño que la libertad sea a veces una gran pared blanca.”, “En el 2002, alguien publicó el artículo: From Yellow to Read to Black: Tantric Reading of “Blanco” by Octavio Paz, en el Bulletin of Latin American Research, 21:4, 527-44.” Ambos fragmentos forman parte del primer apartado, la autora combina la reflexión poética con una referencia bibliográfica, pero ¿cómo puede el lector entender esto? como el cumplimiento de lo que el libro es: un híbrido.

Otro aspecto interesante es que no hay restricciones temáticas, esto quiere decir que aunque el tema de cada apartado es un color determinado, la disertación en torno a éste da cabida a sensaciones, recuerdos y emociones diversas. Así por ejemplo en el ensayo titulado Fosforecer, encontramos: “una rocola es una colección ordenada de círculos fosforescentes.” Es un fragmento que se limita a describir, no hay en él metáforas o un lenguaje poético, pero más adelante encontramos: “Rozar es lo propio del verídico dactilar o de la mirada más menguante o de la pestaña, cuando cae.” Estamos frente a una imagen poética que se detiene de manera aguzada sobre el acto de mirar; ambos fragmentos conviven dentro de un mismo texto, no hay en apariencia ninguna relación entre ellos, son ideas disímbolas cuyo punto en común es que giran en torno a un mismo apartado. No obstante, esta no-relación es parte del juego, es en esencia parte sustancial de la estructura del libro, pues no hay tampoco narratividad entendida en un sentido lineal.



La reseña completa aquí. 


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Sunday, June 24, 2012

REENCARNACIÓN

"Reencarnación", un relato brevísimo en Sea breve, por favor, una publicación electrónica dirigida por Belisa Bartra y Juan Manuel Parada.


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Friday, June 22, 2012

GRACIAS

Todos los que estuvieron ayer en El mal de la taiga: muchas gracias.

¡Qué viva El Marra!
¡Qué viva la viva lluvia del verano vida!

Todo esto en junio y para.

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Tuesday, June 19, 2012

12 POSTALES DESDE LA TAIGA





Érase que se era
un bosque
12 postales


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LA MIRADA DE QUADRI

[en Elecciones al borde de un ataque de nervios. Cuatro escritores describen a los candidatos, revista Quién, Junio 2012]


¡Pero qué desperdicio de recursos públicos! Como tantos más en México, no tenía el menor indicio de quién era el ingeniero Gabriel Quadri hasta que no comenzó el proceso electoral del 2012. Allá, en los orígenes de lo que parecía iba a ser un mero trámite burocrático signado por la resignación y el aburrimiento, la sola mención de un candidato desconocido, aparentemente surgido de la nada, tenía hasta un poco de encanto, cómo no. Los pocos que conocían algo de Quadri hablaban de él, además,  como una persona decente o, cuando, menos, seria, cosa que hacía todavía más impensable, o de plano inverosímil, el hecho de que hubiera aceptado la candidatura de un partido hechizo y podrido desde su origen: el PANAL. Decía Anton Chéjov, el célebre narrador ruso, que la raíz de todo cuento es la paradoja—sólo una proposición en apariencia verdadera que conlleva a una contradicción lógica o a una situación que infringe el sentido común hacía posible, y de hecho necesario, si no es que urgente, la existencia misma del cuento. He aquí, pues, que Quadri llenaba el perfil chejoviano a la perfección, al menos en lo que a paradoja se refiere.

Supongo que el ingeniero Quadri pensó que jugársela como ciudadano en una competencia de políticos le atraería, además de los suficientes votos para que su partido conquistara el mínimo margen para continuar con vida, y así pagarle el favor a La Maestra, el tipo de atención que merece o precisa alguien con ideas.  Si esto fuera cierto, su participación en el primer debate presidencial sólo puede ser considerado un triunfo personal. El problema con las ideas de Quadri es que no sólo fueron pocas sino que ya estaban más que oídas. Su ambientalismo de derechas—una noción de lo ecológico, o incluso de la naturaleza, de la que parecen expulsadas las comunidades humanas, por ejemplo—no es más que uno de los tantos ejemplos de un cacareado liberalismo que no deja de ser otra cosa más que un apoyo a la lógica de la ganancia que ha adoptado el Estado neo-liberal mexicano desde hace ya varios sexenios. 

Por si esto fuera poco, y para el bien de México aunque no para el papel de Quadri como Ciudadano Solitario en la película de La Nación, hace dos o tres semanas surgió esa marea de energía política independiente que todos conocemos ya como la Primavera Mexicana. Los ciudadanos de a pie, los que exigen transparencia y honradez, los que demandan un acceso equitativo a los medios de producción de la información, y participan sin pedir permiso en la definición del futuro del país, no necesitaban ya más, si es que alguna vez lo hicieron, del fingido rol de El Ciudadano. El poco margen que había ganado luego del primer debate cayó, y de bruces, una vez que al candidato “independiente” le recordaron lo que un pueblo con memoria histórica no puede darse el lujo de olvidar: que nadie que haya aceptado una invitación indigna para participar en la vida política de la nación merece una pizca de nuestra atención. A final de cuentas, o a final de medias cuentas porque todavía falta el segundo debate presidencial, creo que recordaré a Quadri más por aquella intensa mirada que le dirigió al trasero de una edecán del IFE, que por cualquier otro proyecto o  idea que haya querido presentar como “propia”. Por eso, claro, y por la frase que he oído más de una vez en relación a su participación en la contienda electoral: ¡Qué desperdicio de recursos públicos! Ciertamente. Quadri, nos la debes.

--crg 
EL VERBO TALLEREAR

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Para Karen, Oriana, Ari, Juan Carlos, Erika, Lucrecia, Ana, Marina y Gaby



En Cartas a Alice cuando empezó a leer a Jane Austen, la novela epistolar que la neozelandesa Fay Weldon publicara en 1984, le recomienda a una sobrina con aspiraciones de convertirse en escritora (la Alice del título) que se lo pensara muy bien antes de dar sus manuscritos a leer a ojos ajenos. A final de cuentas, así iba el argumento, la única palabra que realmente contaba era la del editor —quien decidiría si apostaba o no por un texto por razones que bien podían ser literarias o de otro tipo. Todo lo demás, decía la autora y tía, no pasaba de ser o bienintencionado intercambio de ideas o inútil parloteo entre conocidos.
Es un tanto paradójico repetir las palabras de Feldon justo cuando comienza un taller, pero lo hago de todas maneras. No es del todo descabellado recordarnos a todos los participantes que, cualquier cosa que acabemos por decir en las largas y muy personales sesiones, poco o nada podrá contra la última palabra: un contrato con una editorial. Mi intención no es invalidar el intercambio de ideas, sino invitarnos a poner los pies sobre la tierra: lo que estamos haciendo ahí, todos juntos alrededor de una mesa, es comentar de manera detallada y consciente, de manera rigurosa y civil, ciertas interpretaciones de lectura. Nada más. Pero tampoco nada menos.
La verdadera estrella de un taller literario no es la escritura sino la lectura. Volver explícito el papel del lector, su función como generador de texto, es tal vez el elemento más relevante y productivo de un taller. No es del todo raro que los que escriben suelen no ver claramente la serie de decisiones que han tomado respecto y con el lenguaje para producir una experiencia única en el lector. Ya sea porque se inscriben en tradiciones literarias con apariencia de ser universales o únicas, o ya porque denominan como inspiración u oficio al arduo trabajo de decisión que conlleva todo proceso creativo, el escritor suele escribir automáticamente. Lo que un taller hace es, a menudo, enseñar al escritor a ver críticamente lo que hace mientras toma decisiones en el proceso de escritura.
Por eso es que en la mayoría de los talleres de escritura que funcionan no sólo se omite la voz del autor del texto en turno sino también cualquier posibilidad del lector de preguntar directamente al autor sobre sus intenciones o, en su caso, sobre su acierto o no como lector. En lo que concierne al verbo tallerear, el autor no está presente o, incluso, es una función vacía, mientras se comenta su texto. Un buen lema en estos asuntos es que, si no está en el texto, no existe. Otro buen lema es: no hay mala lectura o lectura equivocada del texto. Independientemente del autor o, tal vez con mayor precisión, más allá de ella, la soberanía le pertenece de entrada al lector que revisa, para volverlas explícitas, las reglas con las que un texto funciona o no.
Por eso es que suelo iniciar mis talleres recordándonos a todos que no estamos ahí para decir si algo nos gusta o no —asunto del todo personal, sino es que hasta metafísico, que de poco o nada sirve a la escritora. Si algo nos gusta o no, o nos provoca tal o cual reacción, lo mejor es, sin duda, volver al pasaje en cuestión y, a través del comentario puntual, hacer visibles tanto para lectores y escritores la serie de decisiones respecto al lenguaje que funcionan ese escrito. ¿Es una puntuación entrecortada que en mucho reproduce las emociones de la trama? ¿Es la repetición de ciertos sonidos que, encadenados con cierto patrón, producen un ritmo especial de lectura? ¿Es una ausencia total de adjetivos que, al desnudar al sustantivo, coloca al lector frente a frente con los aspectos más sólidos del mundo? ¿Es la repetición de un “que” informándonos que estamos escuchando algo indirectamente, con la voz baja del rumor o el chisme? Antes de utilizar cualquier juicio de valor (esto es magnífico o débil o espantoso), siempre es necesario aclarar qué en el lenguaje produce ese efecto en el lector.
Los egos de los escritores y los aspirantes a convertirse en escritores son legendarios. Tal vez no haya ejercicio más relevante para ambos en este sentido como re-escribir los textos que se ofrecen para su revisión y comentario. Después de todo ¿qué lectura es más radical y cuidadosa que la escritura misma? Limitar los comentarios del taller a las escrituras intervenidas, y descartar la de los textos “originales”, nos recuerda que toda escritura es, en realidad, una escritura intervenida. También nos recuerda que, seamos conscientes de ello o no, siempre escribimos en colaboración con otros. La escritura no es una práctica aislada sino una tarea comunal. Comentar la intervención como si fuera “el original”, tratar de descubrir las reglas de ambos procesos escriturales sin tener del todo claro qué pertenece a quién, suele recordarnos también que nuestro colega, el que se sienta a mi lado como mi próximo y mi prójimo, es ante todo un lector —de libros, sí, pero también de seres, procesos, almas.
No es extraño que los talleres de este tipo produzcan comunidades equilibradas y lúdicas, deseosas de experimentar más, y no menos, con todas las herramientas a la mano, o de inventar, si el caso lo requiriera así, las que están un poco más allá de esa mano, no del todo visibles aún pero sí ya divisables desde la algarabía del que descubre y, por descubrir, explora y, por explorar, se pierde. Tengo la impresión de que es entonces, y sólo entonces, que estamos por fin escribiendo.

--crg

Monday, June 18, 2012

ÉRASE QUE SE ERA





Hansel estuvo aquí. Gretel Estuvo aquí.
Érase que se era.
Había una vez o habría habido.

¡Nos vemos allá, tan lejos, en el bosque!

--crg



Sunday, June 17, 2012

UNA NOVELA PARA DEVORAR



"¿Por qué se van el amor y el desamor? Por lo mismo. ¿Porque nada es para siempre? Porque caben en la misma maleta.

Pero caben mejor en una novela ligera y fresca. Arbolada. Subpoliciaca. Verde y gris, con visos de tormenta. Negra por la portada y porque, en los rincones, acechan las fauces de la fiera.

Lectura ligera, sí, aunque ambientada en una atmósfera un poco talada pero densa, extravagante, extraña, alucinante, extranjera.

Hasta allá llevó Cristina Rivera Garza su historia. O desde allá la trajo. Hasta aquellas lejanas y frías tierras llegó la pesquiza, más exploradora que detectivezca, para encontrar a la mujer que, por amor, hizo desaparecer en el bosque el desamor por un marido al que abandonó su segunda esposa".


El comentario completo sobre El mal de la taiga en Las letras, mi negra.

--crg

Friday, June 15, 2012

PLAYLIST


Al final de El mal de la taiga encontrarán un playlist: se trata de las piezas que me acompañaron durante el proceso de escritura de la novela y cuyos ritmos forman parte del esqueleto de la misma.

Ahora @TusquetsEditores ha publicado una de las canciones incluidas en ese playlist en la página de FB de El mal de la taiga.

Si tienen curiosidad vayan por aquí.


--crg

Tuesday, June 12, 2012

VOLPI SOBRE EL MAL




"Ayer leí, de un tirón, la muy bella novela corta de  "El mal de la taiga": una detective, una pareja huida, el lobo feroz..."


Jorge Volpi [@jvolpi], escritor










--crg
ADIÓS A LA TELEVISIÓN

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]


Cualquier travesía por cualquier ciudad de la República mexicana deja en claro que se viven tiempos emocionantes en el país. No es posible, en estos días, tomar un taxi o ir al cine o comprar mercancías en un supermercado o salir de un cine sin verse inmiscuido en conversaciones espontáneas y, con frecuencia, bien informadas sobre las futuras elecciones presidenciales. El voto se discute en público. Los acuerdos, pero sobre todo los desacuerdos, abundan. El debate sagaz y efímero, acaso un poco guerrillero, se ha convertido en una forma de socialidad cotidiana. Lo mismo sucede en las avenidas virtuales de la red: basta asomarse a los rectángulos movedizos de cualquier Time Line para darse cuenta que 140 caracteres bastan y sobran para discutir a cabalidad lo que sucede en la realidad política del México. Protéica, energizante, veloz, la realidad de Twitter pasa frente a nuestros ojos con ideas sucintas, ligas a más información, pequeños diálogos controversiales gracias a la función de reply. Desde hace al menos un par de semanas, las calles de las ciudades más importantes del país —de la Ciudad de México a Guadalajara pasando por Monterrey o Tijuana— se han convertido también en testigos de la energía política y lúdica de los estudiantes que, convocados a través de las consignas del movimiento #Yosoy132, han respondido puntualmente a esa patria que, según rezaba una manta en la marcha que se congregó alrededor de la Estela de Luz —un monumento vergonzoso de la más oscura época calderonista— los estaba esperando. Todo en México parece estar a punto de. Todo tiembla o reverdece. Todo, quiero decir, excepto la televisión.
El domingo pasado se llevó a cabo el segundo debate presidencial con miras a las elecciones mexicanas que se celebrarán el próximo primero de julio. Difundido a través de los principales canales de la televisión, el debate entre “los candidatos y la candidata” respondió a un formato rígido, predecible, cansino, que en mucho responde a las reglas de la realidad televisiva. Con voces entrenadas, tratando de complacer a imágenes hechas de sí, o de escapar a estereotipos creados por otros, “los candidatos y la candidata” se enfrascaron en una serie de monólogos simultáneos a través de los cuales repitieron una y otra vez, y otra, y una y otra vez, los pequeños slogans que pretenden dejar en la memoria del público. En la televisión no se dice, sino se repite. Como si la realidad fuera, en efecto, la realidad dictaminada por las televisoras, “los candidatos y la candidata” omitieron de sus discursos todos los temas de los que se habla álgidamente y hasta con emoción en la calle o en la red: los 60 mil muertos producto de una guerra absurda que los mexicanos ni elegimos ni pactamos; las evidencias de las que hace no tanto habló el diario británico The Guardian en las que todo parece indicar que queda establecida la conexión entre la cúpula del poder político —tanto del PRI como del PAN— y el conglomerado de Televisa; el surgimiento y la relevancia del movimiento juvenil no sólo en el contexto de las elecciones por venir sino en el de la vida política del México actual; el papel de las redes en la producción de foros horizontales de discusión y acción ciudadana; la calidad tanto estética como política de películas como Colosio. El asesinato, dirigida por Carlos Bolado. En lugar de tocar estos temas y, de hecho, evadiéndolos a través de guiños consabidos, “los candidatos y la candidata” se las agenciaron para dar un rígido espectáculo televisivo para un público que, al menos en las ciudades y entre los más jóvenes, ya no sólo se alimenta de televisión.
Fiel sólo a sí misma, vertical y de una sola vía, convencida de que puede todavía tapar el sol con un dedo, la televisión mexicana, especialmente Televisa, pero también Tv Azteca, sigue utilizando las argucias que le dieron poder en la segunda mitad del siglo XX: el sesgo informativo, el ninguneo selectivo, la combinación estratégica de lo noticioso con el espectáculo y el entretenimiento para crear estereotipos de fácil digestión o de rechazo inmediato. Incapaces de leer un script que no sea el propio, las televisoras se notan torpes, desconcertadas, ajustadamente autoritarias, frente a una realidad que los desborda. No dudo que, en conjunto con las nuevas tecnologías, la televisión como medio pueda replantearse y rehacerse, respondiendo a las necesidades interactivas y críticas de las audiencias de hoy. Pero si algo demostró el debate del 10 de junio es que la televisión tal y como existe hoy achata, repite, caricaturiza, estereotipa, aburre. Con TT en su contra a nivel mundial y por días enteros, la televisión de los millonarios pactos secretos (o semi-secretos) con el poder, la televisión acrítica y vertical, esa televisión de chistes fáciles y risas grabadas ya fue. ¡Adiós a la televisión!
El #YoSoy132 convocó a los candidatos presidenciales a un nuevo debate el próximo 19 de junio—justo un mes después de que el movimiento estudiantil tomara las calles tanto en la capital del país como en otras ciudades de la provincia. No sé cómo se hayan planteado los jóvenes la estructura de las intervenciones y la dinámica general de la conversación. Sólo espero que los convocantes sean capaces de llevar la agilidad y horizontalidad de las redes sociales a un formato que, hasta el momento, sólo ha suscitado aburrimiento y, cómo no, hasta resignación. Los ciudadanos que participamos en debates tanto en las avenidas físicas como en las virtuales de nuestra vida cotidiana sin duda nos merecemos más.
--crg

Saturday, June 09, 2012



OSCURO CUENTO DE HADAS


Esto dice Daniel de la Fuente en el periódico El Norte (Monterrey, N.L.) de El mal de la taiga: 

Las grandes novelas suelen ir más allá de sus propias tramas. Algo dicen que nos desata y nos desnuda.

La más reciente de Cristina Rivera Garza, El Mal de la Taiga (Tusquets), tiene una propuesta narrativa tal que, sin saber ni cómo, la breve historia ha concluido y nos ha dejado una serie de certezas. La anécdota comienza cuando un hombre acude con una mujer que fue detective, y que hoy es escritora, para pedirle que busque a su esposa, quien se ha fugado con otro.

La mujer, a la manera del filme "Amélie" (quienes la vieron lo recordarán), le enviaba al antiguo amante, de más edad que ella, cartas, mapas, boletos, transcripciones, copias, sobres. La escritora-detective acepta el reto y, acompañada por un traductor, va en busca de aquellos locos que, internados en algún bosque, disfrutan de su aventura.

El thriller y la historia de amor y desamor se combinan con el cuento de hadas, donde suspenso e imágenes de pesadilla envuelven a la protagonista en una evidente realidad distorsionada. Algo ha sucedido muy grave, o está sucediendo, a la par de la crónica de amor-desamor.



El artículo completo aquí. 


--crg

Friday, June 08, 2012


LA TARAZONA SOBRE EL MAL






"Leí ayer de una lectura sostenida y suculenta El mal de la taiga. Me fascinó. Quisiera leerlo otra vez, que fuera ayer antes de leerlo y leerlo de nuevo."

Daniela Tarazona [@dtarazonav], escritora

Autora de El animal sobre la piedra (Almadía, 2009)


Ay.


--crg

Thursday, June 07, 2012

QUE TIENE UN RITMO QUE SÓLO TE PERMITE AVANZAR





"Que la narración de Cristina Rivera Garza es directa, concisa, a veces parca, que invita al lector a completar las imágenes, los textos, la historia. Que comienza cada capítulo con una serie de frases en estilo indirecto que empiezan con un "que", dando la sensación de que es la historia contada por segunda vez a una misma persona. Que tiene un ritmo que sólo te permite avanzar. Que una historia aparentemente policíaca se convierte en un enigmático cuento fantástico de extraños sucesos pseudorrealistas... eso es El mal de la taiga.


Con finas y misteriosas ilustraciones al carboncillo de Carlos Maiques, esta novela breve, con poco, llega muy lejos, a esos lugares en los que se une lo racional y la imaginación." 

La primera nota sobre El mal de la taiga en Chilango, Junio 2012. Nota completa: aquí.

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ODDLY/CURIOSAMENTE


En 1988 apareció, en inglés, un libro de Carlos Fuentes: Myself with Others. Compuesto por diez ensayos divididos en tres grandes temas—autobiografía, literatura, política—, la publicación fue recibida elogiosamente por los mayores diarios de Estados Unidos, incluido el New York Times. Según la reseñista, este libro atípico no sólo confirmaba la estatura intelectual de Fuentes, su sentido del humor incluso, sino también, acaso sobre todo, su carisma. Como la publicación es en inglés, y cierra con el discurso que Fuentes ofreció durante su participación en la ceremonia de graduación en la Universidad de Harvard, casi todos los comentaristas pusieron una atención desmedida en las opiniones del escritor —abiertas, críticas, temperadas— sobre la muy compleja relación entre México y los Estados Unidos. Fuentes ya era entonces el embajador no sólo de un país, sino de toda una lengua, para el público norteamericano, pero sin duda esta sección del libro confirmó su papel. Otros más no dejaron de señalar su vasta cultura, la facilidad con la que se movía entre Cervantes y Kundera, Buñuel y Borges, autores a los que, entre otros, les dedica páginas memorables. No faltó quien señalara también el respeto con el que Fuentes trataba tanto a sus lectores como a sus objetos de estudio, negándose a trivializar pero al mismo tiempo abriendo el camino hacia lo que él denominó entonces como las grandes novelas que marcaron su derrotero vital e intelectual.

El libro, especialmente la primera sección autobiográfica, “How I Started to Wrie”, corrió con una suerte distinta en México. En efecto, en 1988, cuando Fuentes también recibió el prestigioso premio Cervantes, el premio de la National Arts Club en Nueva York y el premio Rubén Darío en Managua, Enrique Krauze publicó un polémico aunque también muy famoso artículo contra Fuentes tanto en Vuelta como en The New Republic. Elaborado para denostar el así llamado carácter inauténtico de la vida y obra de Fuentes, gran parte de la argumentación de su llamada desavenencia moral con el escritor estaba basada, precisamente y para más señales, en los apuntes autobiográficos que Fuentes había incluido en Myself with Others. Como bien lo señala Jacobo Sefamí en “Temporary Residents: How Does a Foreigner Become an Inmigrant?”, el cuestionamiento acerca de la autenticidad de la identidad nacional del escritor constituía un elemento enorme aunque transparente, una especie de elefante en el centro de la habitación (para utilizar un dicho norteamericano que poco sentido tiene en español) el debate que siguió. Sefamí no sólo subraya las frases acusatorias más conocidas: Fuentes era, en la perspectiva del historiador, un “gringo child of Mexican origin”, “a foreigner in his own country”,  “a willing exile from Mexico to the United States, or a reluctante exile from the United States in Mexico”. Sefamí, sin embargo, tampoco puede dejar de anotar, casi de paso, con el tipo de asombro que no acaba bien de cuajar, como quien se acuerda de algo que no debe olvidar pero que todavía no tiene tiempo de comentar más largamente, que las frases tomadas directamente del escrito autobiográfico de Fuentes, “oddly appeared in Enlgish and has not since been translated into Spanish”.

Oddly. De una manera rara o extraña. Curiosamente. Por extraño que parezca. Todo esto lo dicen los diccionarios.

Como otros tantos escritores bilingües o multilingues, Fuentes optó por la lengua en que escribiría sus libros. No fue una relación “natural” o consabida, quiero decir, sino una serie de negociaciones o forcejeos identatarios que mucho tienen que ver con su naturaleza nómada, las lecturas voraces de su adolescencia, y sus posiciones políticas. En “How I started to Write”, Fuentes examina, en inglés, cómo hizo del el español su patria, y cómo los aspectos más íntimos de su experiencia —el amor, por ejemplo, o el insulto —se configuraban en, y reconfiguraban a su vez, esa lengua. Como lo atestigua la escritora sudafricana Elizabeth Lowry cuando decidió dejar atrás el afrikaans de su infancia por el inglés de su vida adulta: no es posible “adoptar una nueva lengua cuando se es niño sin convertirse también en una nueva persona. El lenguaje que uno habla, con sus compactas adaptaciones a la historia, sus sutilezas de significado y las implícitas suposiciones culturales, en realidad nos habla”. Y como lo dice también Jakob, el poeta alrededor el cual Anne Michales fraguó Fugitive Pieces, una de las novelas más hermosas de fines del siglo XX, luego de batallar con su historia como sobreviviente del holocausto en un país con una lengua distinta: “Y luego, cuando empecé a escribir los eventos de mi infancia en un idioma en el que no sucedieron, llegó la revelación: el inglés podía protegerme; un alfabeto sin memoria”. Se trata, sin duda, de una revelación sagrada. Tal vez es la revelación—compleja, honda, con tantas aristas—que recorre todavía ahora, todavía más incluso, las páginas de este libro. 

--crg

Wednesday, June 06, 2012


KATE HALL EN ESPAÑOL
[poemas de The Certainty Dream, traducidos por Cristina Rivera Garza, en Literal Magazine, 27, Latin American Voices]


TIEMPO
Aquí una niña fabrica relojes.
Cuando llegue su tiempo,
los pondré a
funcionar. Un chico llega
en una minivan azul.
Haré de su motor
un metrónomo. La niña
lo oye. Deja caer las manos
que está tratando de sujetar. Con el tiempo,
haré que repiqueteen
contra el suelo, que aterricen aquí
y que descansen.

Aquí haré entonces que el chico pierda
una sandalia en el lodo. Sí.
Haré que la niña duerma
en un campo de amapolas.
Sí haré
que se ahoguen en una inundación.
Sí.

SUEÑO EN EL QUE PIDO DISCULPAS A LOS PÁJAROS
a los que les ha sido negado un alto en la oración
a los que les ha sido negado un árbol semántico
los que bien pudieron haber sido búfalos u hormigas
cuya existencia es insignificante en ese sentido
los que deben hacer algo más de sí mismos como
[no pájaros también
por los que hay debilidad, agotamiento
y enfermedad
los que están por lo tanto empezando a entender
los usos contextuales del a pesar de
los que no son conscientes de verdad
los que son sólo para decorar justo ahora están
     [decorando
los que son continuos pero no continuarán
ésos para los que coleccioné los objetos son simples
a los que usé para la investigación fotografías
      [de los hechos
a los que reduje a la fuerza en una pequeña área fragmentada
el nombre complejo
ésos para quienes hice
cordeles de palabras
sin plumas

SUEÑO EN EL QUE EL SUEÑO ESTÁ DIBUJADO A ESCALA
Has sentido cómo se encoge el mundo
todo este tiempo tú
te sientes crecer dentro de ti
te dejas ser su forma sí
estás en el cementerio sí
ha ido muy lejos el cielo
se ha convertido
en una réplica de tu boca
y estás a punto de tragar
el mundo entero contigo
dentro tú sabes
te estaba destinado
cuando bailas
en la calle y lo dejas
guiarte y toma tu muñeca
tu cadera tan delicadamente tu cadera
recoges tus pequeñas cosas
lo has sentido venir
todo este tiempo tú
no puedes llamarlo de ninguna manera sí
estás en la estación de autobuses con
todo regado sobre el suelo frío
sí te estás raspando contra el lugar
donde nada es y sí tú estás
* Coach House Press, Toronto, 2010.
--crg